MONO
He dejado de fumar.
Al menos por un mes. No puedo seguir más tiempo con esta tos repugnante, los pinchazos en el costado, y los espeluznantes crujidos que acompañan a mi respiración. No quiero morir tan joven, ni ser expulsado de la sociedad por mi asquerosa bronquitis.
Apenas han pasado 24 horas desde el último pitillo, y ya siento cómo el síndrome de abstinencia toma gradualmente el control. Me recuerda en qué momentos solía encender un pitillo. Hace del hueco que la cajetilla dejó en el bolsillo de la chaqueta, la nada más densa del universo.
Aunque no tenga hambre, derrite mi boca desocupada con aromas imaginarios. Palomitas, donuts, tabletas de chocolate... comida cuanto más dulce y grasienta, mejor. Porque sabe que cuando llegue a avergonzarme salir a la calle, necesitaré del tabaco para controlar mi dieta.
Estoy deprimido, ansioso e histérico. Quiero pegarle a alguien en la cara. Me siento incapaz de hacer nada, ni siquiera escribir unas cuantas líneas explicando mi lamentable situación. De hecho, he retocado este post, que me parecía horrible. Sigue siéndolo.
Elegí un mal momento para dejar el vicio. M.A. se ha largado, y el ordenador está más caprichoso que nunca. Sólo me queda acurrucarme en la oscuridad, con Joy Division y una botella de ron, preguntándome por qué coño dejo de fumar, y si vale la pena.
En lo único que puedo pensar es en cómo, dentro de un mes, recibiré el sabor de mis Davidoff con lágrimas en los ojos...
El mono, como la banca, termina ganando siempre. El muy cabrón.
He dejado de fumar.
Al menos por un mes. No puedo seguir más tiempo con esta tos repugnante, los pinchazos en el costado, y los espeluznantes crujidos que acompañan a mi respiración. No quiero morir tan joven, ni ser expulsado de la sociedad por mi asquerosa bronquitis.
Apenas han pasado 24 horas desde el último pitillo, y ya siento cómo el síndrome de abstinencia toma gradualmente el control. Me recuerda en qué momentos solía encender un pitillo. Hace del hueco que la cajetilla dejó en el bolsillo de la chaqueta, la nada más densa del universo.
Aunque no tenga hambre, derrite mi boca desocupada con aromas imaginarios. Palomitas, donuts, tabletas de chocolate... comida cuanto más dulce y grasienta, mejor. Porque sabe que cuando llegue a avergonzarme salir a la calle, necesitaré del tabaco para controlar mi dieta.
Estoy deprimido, ansioso e histérico. Quiero pegarle a alguien en la cara. Me siento incapaz de hacer nada, ni siquiera escribir unas cuantas líneas explicando mi lamentable situación. De hecho, he retocado este post, que me parecía horrible. Sigue siéndolo.
Elegí un mal momento para dejar el vicio. M.A. se ha largado, y el ordenador está más caprichoso que nunca. Sólo me queda acurrucarme en la oscuridad, con Joy Division y una botella de ron, preguntándome por qué coño dejo de fumar, y si vale la pena.
En lo único que puedo pensar es en cómo, dentro de un mes, recibiré el sabor de mis Davidoff con lágrimas en los ojos...
El mono, como la banca, termina ganando siempre. El muy cabrón.
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