ASCOPENA
Me pongo colorado cuando me miran. Bueno, no siempre. Pero sí cuando estoy solo. Y no hace falta que me miren, que ya me imagino yo los ojos de asco y pena de la gente clavándose en mi espalda, cuando me agacho de una forma extraña para recoger el cambio en una máquina expendedora. O cuando la vergüenza hace brotar de mi garganta esa vocecilla de tití castrado. Imagino sus expresiones de ascopena, y la sangre sube a mi cara, y el sudor brota de mi frente, y esas expresiones de ascopena se vuelven insoportables, y me odio un poco más a mí mismo. Sólo por recoger dos monedas de 20 céntimos de la ranura de una máquina expendedora. Estoy haciendo un cursillo, no conozco a nadie y lo paso fatal. El resto de alumnos siempre parecen tener a alguien con quien hablar, se diría que pertenecen a la Peña de Amigos de los Cursillos Gratuítos de la Xunta. Creo que me odian. La persona que se sienta detrás da pataditas en mi silla, y el de la derecha silba al respirar. Seguro que lo hacen para joderme, para que no vuelva, para librarse de esa incómoda sensación de ascopena.
Me pongo colorado cuando me miran. Bueno, no siempre. Pero sí cuando estoy solo. Y no hace falta que me miren, que ya me imagino yo los ojos de asco y pena de la gente clavándose en mi espalda, cuando me agacho de una forma extraña para recoger el cambio en una máquina expendedora. O cuando la vergüenza hace brotar de mi garganta esa vocecilla de tití castrado. Imagino sus expresiones de ascopena, y la sangre sube a mi cara, y el sudor brota de mi frente, y esas expresiones de ascopena se vuelven insoportables, y me odio un poco más a mí mismo. Sólo por recoger dos monedas de 20 céntimos de la ranura de una máquina expendedora.
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