EL ÚLTIMO GRAN HÉROE
Con mi ordenador en coma profundo, los vicios del pasado han vuelto a entrar en mi vida. Tabaco. Compras compulsivas. Chocolate. Pensamientos constantes sobre la muerte. Y el peor de todos: la televisión.
Pasé meses sin verla. Meses sin poder meter baza en las conversaciones sobre Crónicas Marcianas de mis amigos, ni entender sus referencias a los anuncios más emitidos. Y esas eran las únicas cosas que echaba de menos. Ahora pienso en lo miserable que es mi existencia cada vez que siento la necesidad de tragarme otro reportaje más sobre prostitución de superlujo, de esos que hacen en Aquí Hay Tomate.
El otro día estuve viendo esa película, El Último Gran Héroe. Seguro que la conoces, es esa en la que un niño amante de las películas de acción consigue una entrada de cine mágica que le permite atravesar la pantalla y meterse dentro de la peli que estén proyectando. Y el muy imbécil se cuela (y se hace amigo del protagonista) en una de esas películas de acción ochenteras en las que el amigo del protagonista termina siempre cosido a balazos, procurándose una esperanza de vida no superior a la que tendría de haber entrado en La Noche de los Muertos Vivientes o La Matanza Caníbal de los Garrulos Lisérgicos.
"Qué mamón", pensé.
Entonces me puse a imaginar (otra de esas cosas que hago desde que no tengo ordenador) qué haría yo con esa entrada de cine mágica. Debería mantenerme alejado de cualquier película en la que la gente tuviese tendencia a matarse entre sí, lo que elimina un porcentaje mayoritario de las películas que me gustan. Nada de cerdos y diamantes, ni clubes de la lucha, ni nada por el estilo:
Vale, quizás me sentiría algo incómodo con tantas pollas rezumantes de colágeno a mi alrededor, pero... ¿quién es el capullo que no lo haría?
Con mi ordenador en coma profundo, los vicios del pasado han vuelto a entrar en mi vida. Tabaco. Compras compulsivas. Chocolate. Pensamientos constantes sobre la muerte. Y el peor de todos: la televisión.
Pasé meses sin verla. Meses sin poder meter baza en las conversaciones sobre Crónicas Marcianas de mis amigos, ni entender sus referencias a los anuncios más emitidos. Y esas eran las únicas cosas que echaba de menos. Ahora pienso en lo miserable que es mi existencia cada vez que siento la necesidad de tragarme otro reportaje más sobre prostitución de superlujo, de esos que hacen en Aquí Hay Tomate.
El otro día estuve viendo esa película, El Último Gran Héroe. Seguro que la conoces, es esa en la que un niño amante de las películas de acción consigue una entrada de cine mágica que le permite atravesar la pantalla y meterse dentro de la peli que estén proyectando. Y el muy imbécil se cuela (y se hace amigo del protagonista) en una de esas películas de acción ochenteras en las que el amigo del protagonista termina siempre cosido a balazos, procurándose una esperanza de vida no superior a la que tendría de haber entrado en La Noche de los Muertos Vivientes o La Matanza Caníbal de los Garrulos Lisérgicos.
"Qué mamón", pensé.
Entonces me puse a imaginar (otra de esas cosas que hago desde que no tengo ordenador) qué haría yo con esa entrada de cine mágica. Debería mantenerme alejado de cualquier película en la que la gente tuviese tendencia a matarse entre sí, lo que elimina un porcentaje mayoritario de las películas que me gustan. Nada de cerdos y diamantes, ni clubes de la lucha, ni nada por el estilo:
- Conseguir que Jay y Bob me fíen un poco de hierba.
- Jugar unas partidas de bolos con Donny, Walter y El Nota.
- Cortar el césped de James Whale.
- Saludar a Amélie por la calle.
- Mirarle el culo cuando pase.
- Conseguir un revolucionario corte de pelo.
- Asistir a la grabación del último especial de fin de año de Nino y Bruno.
- Convertirme en discípulo de Brian.
- Hacerme con un Gremlin.
- Cumplir las tres normas a rajatabla.
- Celebrar el Día de la Marmota una y otra vez.
- Asistir al nacimiento de Joy Division en Manchester.
- Visitar Shermer, Illinois, ese paraíso donde los 80's nunca terminaron y tienes tres versiones diferentes de Molly Ringwald para escoger: la Molly Cumpleaños, la Molly Pija y la Molly de Rosa.
- Tomarme un día libre con Ferris.
- Salir de juerga con Jack Bender.
- Llevarme a un par de Mollys de conciertos: los Talking Heads, Tom Waits, Spinal Tap, los Traseros Mojados...
Vale, quizás me sentiría algo incómodo con tantas pollas rezumantes de colágeno a mi alrededor, pero... ¿quién es el capullo que no lo haría?
Y en Radio.Snob: Tom Waits se encomienda al santo de los camioneros: Hang on St. Christopher
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